Sobre una pista central embarrada, y con una garúa fría que desafiaba al temple en la tarde de Palermo, los mejores toros de la raza pasaban en fila intentando mostrarse fuertes, íntegros, puros. Habían llegado desde muchos puntos del país con la esperanza de destacarse por su rusticidad, su masculinidad y su potencial carnicero, pero hubo uno que fue sobresaliente ante los ojos del jurado. Una admirable facilidad de desplazamiento fue lo que llevó al toro negro del corral 1208, de la cabaña cordobesa Rancho Grande, a convertirse en el Gran Campeón Macho Brangus. Toda la familia Peyrano festejó emocionada el triunfo de su animal, porque saben que para llegar hasta ahí, este gigante de mil kilos debió recorrer un largo camino que comenzó hace mucho tiempo, incluso antes de su nacimiento.
El toro tiene tres años y un mes, y una muy buena genética. Es hijo de Sundance con una donante del plantel propio de la cabaña, y un hermano suyo fue campeón nacional el año pasado en Resistencia, comenta Gustavo Ambroggio, director técnico desde hace hace 25 años de la cabaña Rancho Grande, en la localidad de Corral de Bustos, Córdoba.
Pensábamos traerlo a Palermo el año pasado pero por una pequeña lesión que le impedía desplazarse con facilidad no lo trajimos. Luego se recuperó muy bien e iba a ser la cabeza del remate nuestro en septiembre pasado, pero finalmente decidimos guardarlo porque nos parecía muy buen toro para traer a Palermo. Gracias a Dios, no nos equivocamos. La gran pena es que el ideólogo de la cabaña, que es Raúl Peirano, falleció el año pasado, cuenta Ambroggio.
Lo que hizo a este toro destacarse sobre el resto fue que mostró un desplazamiento llamativo. Eso es algo fabuloso. El toro, como reproductor tiene que andar siguiendo vacas en un campo muy extenso, y es importante que se mueva sin dolores ni desviaciones. Además, tiene una expresión de masculinidad y una línea superior muy buena, muchísima carne, profundidad corporal y mucho rumen, describe.
El año pasado, la misma cabaña también había ganado el Gran Campeón y lo vendió a 235.000 pesos. Ese toro, que se apoda Cassius Clay, hoy está en los principales centros de inseminación de la Argentina. El encargado de esta fábrica de campeones, Richard Luchetti, explica que la familia Peyrano cuenta con campos de cría en San Luis, de donde seleccionan la producción más destacada para llevarla a la cabaña. También producen embriones propios, de los cuales seleccionan a los mejores, los destetan a los 180 días, y los suman a la cabaña. Allí tratamos de hacerlos naturalmente. Están sobre pasturas y cuando se seleccionan van a unos piquetes largos para que se desplacen. Reciben una alimentación muy natural a base de silo y tienen lógicamente un entrenamiento especial para la jura en sí. Las mismas personas que lo entrenaron fueron las que lo expusieron, remarca.
Ambroggio, por su parte, destaca las posibilidades que la raza tiene en el contexto actual de la ganadería. Buscamos hacer un Brangus de buena calidad de carne con una terneza y un engrasamiento que pueda reemplazar la falta de británicos que van mermando por el desplazamiento de la ganadería hacia el Norte. Si hacemos un Brangus con el biotipo de este que salió Gran Campeón, yo garantizo que nadie va a saber si está comiendo Brangus o el mejor británico de la cuenca del Salado. La Argentina debe cuidar muchísimo la calidad de la carne, porque es por eso que nos conocen en el mundo, concluye.
En septiembre, gracias al congelamiento del semen y la inseminación artificial, la genética del toro ganador dará en Córdoba sus primeros frutos.
Fuente: Clarín, Suplemento Rural, 23 de julio.
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