Con motivo de este último guarismo, la faena de ganado ha dado un indómito brinco, demostrativo de una manifiesta escasez, que se proyecta en todas direcciones y sentidos. La casi duplicación de los precios del ganado y de la carne explica la disminución de su consumo, en tanto que cunde una crisis de la industria frigorífica y su empleo, con importante contracción de las exportaciones, que se estiman en la mitad de las del año anterior.
El cuadro que acompaña esta explicación muestra la contundencia de la situación creada. La comparación de la faena total de ganado vacuno entre los primeros ocho meses de 2009 y 2010 indica la magnitud de la crisis existente. Redondeando decimales, los novillos, objetivo principal de la ganadería, redujeron su presencia en el mercado de faena en un 17 por ciento, mientras sus seguidores, los novillitos, disminuyeron en un 25 por ciento. Las vacas lo hicieron en un 29 por ciento y las vaquillonas, categoría clave para el análisis, se redujeron en un 49 por ciento.
Las terneras, por su parte, bajaron un 14% mientras que los terneros -¡oh, sorpresa!- crecieron en un 17%, que se explica por la prohibición de faenar animales de bajo kilaje. La merma de la faena total resultó de nada menos que el 24%.
Estudios de las décadas del 60 y 70 permiten estimar que una disminución de la oferta del 10% proyecta un aumento de los precios del 30%. La disminución entonces de la faena total del 24 por ciento explica aproximadamente el aumento de precios del ganado y de las carnes.
¿Qué significa todo esto? La teoría y la experiencia de los ciclos ganaderos bovinos que se vienen sucediendo entre nosotros y en el mundo entero indican que al finalizar la fase de contracción de las existencias se inicia la fase de expansión, que necesariamente implica una disminución de la faena.
Ante esta nueva realidad, las tres categorías de vientres que se venían comportando mayoritariamente como bienes de consumo han pasado a comportarse como bienes de producción.
La magnitud de la retención de hembras en curso supera lo ocurrido en el inicio de otros ciclos anteriores y ello es de toda lógica, dado que no se recuerda una reducción del stock de ganado de la magnitud ocurrida.
Sequía aparte, la decisión oficial de «desacoplar» la exportación del consumo nacional mediante prohibiciones, permisos y cuotas de exportación entre otros instrumentos destinados a «privilegiar» la mesa de los argentinos ha fracasado rotundamente. A partir de ahora la producción, si no se la sigue perturbando, debería comenzar lentamente a crecer por el aporte del aumento del kilaje de los animales, mientras que el transcurso del tiempo, en este caso mucho más prolongado, obliga a esperar el desarrollo de las crías que expresarán el fruto de las hembras retenidas. De haber permitido sin interferencias la sabia tarea de los mercados no hubieran ocurrido las faenas masivas de los últimos años, en tanto que los precios del ganado y de sus carnes hubieran aumentado moderadamente, evitando el shock actual que está secando los bolsillos de los consumidores, con las penurias consiguientes. Lo ocurrido no sólo era previsible, sino que motivó acertados pronósticos.
Algunas expresiones gubernamentales, nacidas del nuevo ministerio del ramo, llevan a pensar que el oficialismo está entendiendo los graves errores cometidos. Si se evitara la reiteración de tan funestas decisiones, se podrían recomponer las existencias y la faena en un horizonte de dos a tres años. Así lo informa la duración de la fase de retención en los ciclos del pasado.
Alberto de las Carreras
Para LA NACION
El autor es ex presidente del Secretariado Mundial de la Carne.
Fuente: la Nación, Suplemento Campo, 30 de octubre.
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