Ahora hasta hay cola de tres horas para comprar la merluza K. Un milagro que trasciende la Semana Santa, ya que la veda religiosa se tendrá que prolongar en el tiempo. Porque carne «posta» hay poca. No tan poca, porque al fin y al cabo comer 60 kilos por persona y por año sigue siendo un exabrupto. Pero el año pasado comimos 75.
En el 2006, el entonces presidente Néstor Kirchner gritaba «yo les voy a dar la carne que le niegan los ganaderos». Ahora, su esposa, después de comprobar los efectos afrodisíacos del cerdo -que destaparon las arterias inferiores de su marido, pero le obstruyeron la carótida- migró hacia el pescado.
Es una buena noticia: el Gobierno reconoce implícitamente que nos comimos unos cuantos millones de vacas más de lo debido, y que llevará tiempo recuperar los stocks.
La política de carne barata, más la sequía, llevaron a una violenta liquidación de existencias. Todos sabían que la taba se iba a dar vuelta. Lo que nadie imaginó es que el cambio sería tan violento. Demasiado rápido y empinado como para que un gobierno populista, acosado por la presión mediática, lo dejara pasar sin más.
Sin embargo, en los hechos no pasó gran cosa hasta ahora. Sólo rumores, oficialmente desmentidos, del cierre de las exportaciones, del desvío de contenedores desde el puerto a las góndolas, del regreso de camiones que llevaban carne a Chile, etc. En realidad, lo más concreto es que con los precios que había alcanzado el novillo, rozando los dos dólares el kilo vivo, la exportación quedaba fuera de juego.
Entonces, los frigoríficos optaron por movilizar su propia hacienda en engorde en los feedlots, y se retiraron de la compra. Al aflojar la demanda, los precios del gordo amagaron una baja. La mayoría de los analistas cree que será moderada, y que finalmente el novillo quedará por encima del dólar y medio el kilo. Un 50% por encima del promedio histórico.
Ese es el piso: en el mundo, la carne vacuna (y todas las demás proteínas, incluyendo la leche) es maíz. Y el maíz es petróleo. Cuando el petróleo valía 40 dólares el barril, el maíz valía 100 dólares. Pero cuando el petróleo se fue a 80 dólares, arrastró el grano «forrajero» por excelencia. Los norteamericanos decidieron usarlo masivamente para producir etanol, sustituyendo la nafta. La consecuencia fue que el maíz subió a 150 dólares, y no bajó más a pesar de las enormes cosechas récord del corn Belt.
Los mayores costos de alimentación se trasladaron a los precios. Y como en todo el mundo la demanda de proteínas animales es altamente inelástica (es decir, no reacciona proporcionalmente a la suba de precios: si éstos suben un 20%, la demanda cae sólo un 5%), finalmente el mercado convalida los nuevos precios.
Serán malas noticias para Moreno, pero excelentes para el país. El propio ministro de Agricultura, que recibirá a la Comisión de Enlace el martes próximo, saludó la suba del ganado. Sabe que es un paso indispensable si se quiere salir de la anemia.
La carne vacuna es un negocio de «segundo piso». Lejos de ser un producto bucólico, casi primitivo, como se lo vende desde el propio sector, el novillo es una máquina sofisticada, que convierte fotosíntesis primaria (granos y forrajes) en carne de calidad. El mundo muere por ella.
Hay una revolución tecnológica contenida, pero tan fuerte como la revolución agrícola. Esta semana, en la cuenca del Salado se mostraron pasturas que cuadruplican la producción de materia seca. Tenemos el Ruter, la inseminación a tiempo fijo, las razas sintéticas. Pululan los mixers, las palas, los comederos y corrales. ¿Será que está más cerca el futuro del negocio del eterno futuro?.
Fuente: Clarín Rural, Héctor Huergo, 20 de marzo.
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