Esta semana las nuevas autoridades de Agricultura se reunieron con los técnicos de las entidades, y se esperaban avances en las cuestiones más urgentes, como la ayuda a los productores arruinados por la sequía que se sumó a los dislates de la política K.
Pero hay un tema que quizá no forme parte de la agenda inminente de las entidades, y que sin embargo es una bomba de tiempo para el sector y para la economía nacional. Se trata de la controvertida situación de los feedlots. Hace más de un mes que se ha suspendido el pago de las compensaciones, con lo que esta actividad crucial en el nuevo sistema ganadero argentino está a punto de colapsar.
El feedlot nunca fue «políticamente correcto» para el establishment ganadero. En la Argentina se quiso eternizar la tecnología pastoril como fórmula unívoca para el engorde del ganado vacuno. Pero era inexorable que el avance de la tecnología agrícola iba a traducirse en una mayor competencia con la ganadería tradicional por el uso de la tierra. La llegada de la soja RR aceleró este proceso y definió el partido: hoy no hay lugar para la ganadería pastoril en las tierras de pan llevar.
Comprender este proceso es fundamental, sobre todo porque se repite con demasiada frecuencia que los feedlots reciben «subsidios» del gobierno. Con o sin intención, terminan confundiendo a la opinión pública y al propio sector. Se instala así la idea de que el engorde a corral ha crecido al amparo de la ayuda oficial. Los feedlots, conviene aclararlo, existían antes de que aparecieran las compensaciones. Lo que sí hubo fue un blanqueo de la actividad, que se anotó en el reparto porque el que no lo hacía, desaparecía.
Pero lo que el gobierno quiere subsidiar es el consumo. Con mil artimañas, logró mantener pisado el precio del ganado, con la fallida intención de que no suba la carne en la góndola. El costo de su fracaso no es solo que los consumidores no recibieron el beneficio, sino que se pone en jaque a un sistema de producción eficiente. En condiciones normales de mercado, los feedlots pueden ganar o perder plata, pero no se hubiera justificado compensación alguna, al igual que en la industria molinera, la producción de pollos, cerdos, tambos, etc.
Hoy los tamberos están recibiendo los famosos 20 centavos por litro, una reivindicación exigida desde la Mesa de Enlace. Pero a los feedlots se los ve con malos ojos. Al igual que en los 90, cuando desde el mismísimo INTA se demonizaba al engorde con granos, y desde distintos estamentos ganaderos se machacaban las ventajas de «nuestro sistema pastoril». Hasta la cuota Hilton se auto restringió al novillo de praderas. Hoy se sabe que no sólo no puede competir, sino que es más nocivo con el medio ambiente. Produce el doble de metano que el engorde intensivo con granos. Los consumidores lo prefieren. Y como no podemos cambiar la Hilton, estamos tratando de lograr más cuota americana, lo que nos permitiría zafar del cepo en el que nos pialamos por errores de visión.
Ahora se viene el agua en el Paraná. Están saliendo cientos de miles de novillos que no tienen otro destino que el feedlot, porque nadie va a dejar de sembrar. Pero los feedlots se ahogaron financieramente. No pueden recibir más hacienda porque faltan fondos para comprar alimentos. Sobran terneros, sobra maíz. Sin perder el objetivo de liberalizar el sistema, hacerlo sin anestesia puede producir un colapso de proporciones.
Fuente: Clarín Rural, 24 de octubre.
Comments are closed.