Tras las recientes primarias abiertas, la posición del sector rural ante el Gobierno provocó interrogantes y confusiones.
El resultado de las recientes primarias abiertas, tan favorables al oficialismo, ha suscitado un sinnúmero de preguntas sobre la forma en que votó el campo.
Cuando se formulan interrogantes de esa naturaleza, las preguntas no pueden estar subordinadas a la creencia prejuiciosa de que en el interior del país todos los intereses se confunden de manera estricta con el interés rural. Ante las urnas, los hombres y mujeres del campo votan como ciudadanos. En esa condición reflejan una multiplicidad de visiones acerca de cómo influyen sobre ellos los hechos de actualidad, las ofertas de los partidos de oposición y el destino que se quiere para el país.
La gran familia de productores agropecuarios argentinos está concentrada en alrededor de 300.000 personas que trabajan sus tierras asociadas de diferentes maneras. A ellas se suman, por cuerda separada, las empresas vinculadas con la actividad agropecuaria, como los profesionales, semilleros, centros de investigación y prestadores de todo tipo de servicios requeridos por el quehacer rural.
Ha sido parte del relato del desarrollo del congreso anual de la Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa (Aapresid), de la semana última, en Rosario, que entre más de 500 asistentes a un panel no hubo uno que levantara el brazo cuando el orador preguntó «quiénes han votado por Cristina». Es obvio que algunos han de haberlo hecho, pero lo significativo es que las preocupaciones suscitadas por los resultados electorales en el corazón del campo han sido prueba rotunda de que no es el «modelo», y menos aún su supuesta profundización posterior al 23 de octubre, lo que éste aprueba.
La democracia es el gobierno por la regla de la mayoría y nadie en su sano juicio propone a esta altura otra cosa. Pero la forma en que se pronuncie la mayoría no es un elemento persuasivo por sí mismo para que quienes lo han hecho de otra forma deban cambiar su pensamiento. De lo contrario, la inmensa mayoría obtenida por Hitler en elecciones cruciales de Alemania, a mediados de los años 30, debió haberse interpretado como que la razón estaba de ese lado y que nada podía justificar las críticas que otros alemanes hacían.
Días antes de los comicios, el ministro de Agricultura y Ganadería, Julián Domínguez, dijo que «al campo y a los productores nunca les fue tan bien como con nosotros». El ministro debería comenzar por reconocer que los precios internacionales de los granos han abierto al país una situación tan promisoria como lo fue la de fines del siglo XIX y comienzos del XX. Estamos, desde hace no menos de diez años, en un punto de inflexión respecto de lo que los cepalistas llamaban «el deterioro de los términos de intercambio». Ese deterioro del precio de las materias primas se ha revertido al fin en relación con otros bienes. Así, la Argentina obtiene ahora lo que genera por la ventaja relativa de sus tierras, su clima y la aptitud de generaciones de productores que demostraron mayor disposición que homólogos de sociedades más avanzadas para incorporar nuevas prácticas agronómicas y tecnología de vanguardia.
Corresponde que alcemos una vez más la voz para destacar la extraordinaria contribución de nuestros productores al progreso del país y lamentar no sólo los ataques que han recibido estos años y el desconocimiento de contribuciones que los encontraron preparados para aprovechar las nuevas tendencias de los mercados mundiales, sino las trabas que, una y otra vez, hacen fracasar su trabajo. Los productores de trigo siembran cada vez menos, desalentados por las cuotas de exportaciones que afectan sus ventas al exterior y les restan 40 a 50 dólares por tonelada. Esto se suma al 23 por ciento que se les aplica en concepto de retenciones.
No es mucho mejor el caso del maíz. Por añadidura, ambos cultivos, indispensables en la rotación que preserva la calidad de los suelos, deben competir con desventaja frente a la soja, cuya extensión en cerca del 60 por ciento de las tierras cultivadas en el territorio nacional es, en parte, obra de aquella política paradójica.
Después de incontables penurias, la ganadería tiene hoy precios rentables, pero como consecuencia de una constelación de desaciertos oficiales de la Secretaría de Comercio. Precios rentables, sí, pero a costa de haberse disminuido el rodeo entre 8 y 10 millones de cabezas que llevará años reponer.
Se podría seguir con la extensa enumeración de los graves errores cometidos en medio de excepcionales condiciones para la Argentina. Se podría hablar, por ejemplo, de la crisis frutícola, que ha producido movilizaciones que aún se prolongan. Pero es suficiente lo dicho hasta aquí para dejar en claro que las motivaciones de todo orden que derivaron en el cuadro electoral del domingo 14 en modo alguno debilitan las razones de la disidencia del campo con las políticas oficiales. Por el contrario, es el Gobierno el que debe extraer conclusiones de los errores paso a paso denunciados y fijar un norte previsible, ecuánime y responsable.
Fuente: La Nación, 25 de agosto.
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