Hemos asistido a larguísimos discursos en los que se ha denostado al productor ganadero, identificándolo como integrante de una supuesta oligarquía vacuna empeñada en aferrarse a actitudes egoístas, tales como privar de su producto al resto de la sociedad.
El sector de ganados y carnes ha sido banco de pruebas de medidas novedosas y no tanto, tendientes a ordenar el mercado, regular cuando no prohibir las exportaciones y controlar los precios minoristas, buscando en todos los casos el efecto de muy corto plazo.
Se ha discutido, con una firmeza en los conceptos propia de expertos, acerca del precio del lomo, de cuánto debería costar un bife de chorizo en los restaurantes de Puerto Madero o si las bondades afrodisíacas de las carnes sustitutas son tales.
Hemos pasado de premiar y alentar a las empresas que más exportaban a considerarlas casi enemigos públicos, y de solicitar una ampliación de la cuota Hilton, para después estar a punto de no poder cumplirla.
Una contradicción más y van… Y en medio de toda esta gran confusión, y búsqueda de soluciones para el problema, nos hemos olvidado de valorar la posibilidad de producir carne de primera calidad a gran escala, contando además con una industria cuya capacidad instalada y nivel tecnológico, serían la envidia de cualquier país aspirante a participar del negocio de la carne.
Nosotros contamos con producción e industria, mientras que otros países vecinos como Brasil han tenido que desarrollar fuertes programas de inversión con apoyo estatal, para pasar de ser importadores de carne a ocupar el puesto número uno en el ranking de producción y exportación.
Bastaría entonces con que la discusión se centrara en cómo aumentar la producción de carne a nivel nacional para que todas las tensiones se aflojaran, y estudios estratégicos mediante, pudiéramos planificar con un horizonte de 20 años cuál va a ser el rol de la ganadería, qué porcentaje de la producción podría exportarse y cuáles deberían ser los precios de los cortes destinados al mercado interno, teniendo en cuenta la capacidad de compra de la población.
Pareciera que la magnitud del problema, condimentada con tintes ideológicos, nos impide ver una realidad tan sencilla como que cuantas más medidas negativas para la producción se tomen, bajarán aún más las expectativas de los ganaderos, tendremos muchas menos vacas y si los productores no producen, ahí sí estaremos en problemas.
En caso que esto siga sucediendo, los frigoríficos disminuirán sus inversiones y su capacidad de ocupar mano de obra, los ganaderos que puedan seguirán reconvirtiéndose en sojeros, y mientras los supuestos expertos continúen formulando medidas mágicas para solucionar el problema, todos los argentinos asistiremos al funeral de la ganadería argentina.
Estamos a tiempo para cambiar el rumbo. Tengamos esperanzas que desde el Ministerio de Agricultura y Ganadería y las comisiones legislativas correspondientes, escuchen de una vez las voces de quienes desde distintos sectores hemos venido reclamando la formulación de un plan ganadero y de políticas estables y racionales que no conspiren contra la producción. Con esto bastaría, el resto lo ponemos nosotros.
Por Fernando Herrera
Para LA NACION
El autor es presidente de la Asociación de Productores Exportadores Argentinos (APEA)
Fuente: La Nación, Suplemento Campo, 27 de marzo.
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