Como venimos recordando en las últimas semanas, se cumplió el axioma «neoliberal» de que el mejor remedio para los bajos precios son los bajos precios. Se explica así: los bajos precios generan números en rojo. Nadie gana dinero, nadie puede invertir y los que venían caminando por la cornisa, finalmente se caen.
En el caso de la ganadería vacuna, el Gobierno, poco avezado en la cuestión del ciclo ganadero, se ilusionó con la amplia oferta de carne causada por la brutal liquidación. La diferencia entre la industria ganadera y otras es que la máquina herramienta, (el vientre, el torno que produce las tuercas que se llaman terneros) es también el producto final, la carne vacuna. Cuando uno vende un torno, no incrementa la presencia de tuercas en el mercado. Pero si vende una vaca, no solo afecta la producción futura, sino que lanza más carne al mercado en el corto plazo, agravando la situación.
La fiesta de la carne vacuna fue imponente. Es cierto, se murieron muchos terneros y hubo mala preñez por la sequía y los malos precios (con el famoso retaceo de las exportaciones, más las retenciones y el manoseo pertinaz de todas las variables), pero el consumo se fue a las nubes gracias a la liquidación de vientres.
Se acabó, y ahora estamos en presencia de una fenomenal recuperación de los precios. Incentivada además por la decisión de elevar el peso de faena, lo que implica acentuar la escasez en el corto plazo.
Pero lo concreto es que la taba se dio vuelta, y no hay marcha atrás porque la inercia del consumo es gigantesca (sobre todo cuando se sobre-estimuló el consumo gracias a los bajos precios). El gordo ahora vale 1,60 dólares, y entonces los terneros vuelan. La reposición se paga más de dos dólares por kilo vivo (casi lo mismo que en los Estados Unidos, y bien por encima de toda la región sudamericana), en una palpable muestra de que comenzó la recomposición de stocks. Hace pocos días hubo un importante remate de razas sintéticas en el NEA, donde las vaquillonas promediaron más de 3.000 pesos, el doble que un año atrás.
Lamentablemente, quedaron en el camino muchísimos productores que no pudieron aguantar la mano. El remedio de los bajos precios tuvo un altísimo costo social en el campo. Y lo mismo pasa con la lechería, donde también mejoraron los precios de la leche pero mientras tanto se siguieron liquidando tambos y vacas.
La nota de tapa de esta edición de Clarín Rural pone sobre el tapete un tema muy interesante. Es tan fuerte el repunte del novillo, que habilita la posibilidad de resolver el gravísimo problema comercial del trigo. Con el novillo en estos niveles de precios, convertir el trigo en carne asegura un piso de cerca de 200 dólares la tonelada. Y se termina la discusión sobre la calidad, que el gluten, el «falling number», las retenciones y toda la parafernalia que afecta al cereal.
Pero claro, no para todos la bota de potro. Hoy los grandes sembradores de trigo no tienen vacas. Y los que siguen en la ganadería es porque están en campos no agrícolas. Sin embargo, vale la pena analizar atentamente el nuevo panorama. La realidad es que así como el precio del petróleo habilitó la alternativa del etanol como biocombustible, incidiendo decisivamente en el precio del maíz, ahora es el precio del novillo en la Argentina lo que genera un nuevo cliente para el trigo. Por eso titulamos en tapa: «Trigo Pan …, Trigo Carne». Vale la pena pensarlo, al menos como rebusque en la transición.
Héctor A. Huergo.
Fuente: Clarín, Suplemento Rural, 8 de mayo.
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