Las entidades de la comisión de enlace y voceros de la industria frigorífica vieron con buenos ojos la implementación de un estímulo a la producción de novillos pesados. Fue anunciada el martes pasado, durante la reunión que mantuvo el ministro de Agricultura, Julián Domínguez, con las cuatro entidades de la Mesa de Enlace.
La idea es circunscribir los pagos de compensaciones a los feedlots en los novillos de más de 450 kilos. Hasta ahora había una diferencia a favor del novillo pesado. Ahora directamente se eliminan los pagos a los livianos.
Aún cuando la medida es una recaída en el síndrome intervencionista de la era K (ya que además, se irá elevando el peso mínimo de faena obligatorio), al menos se le reconoce que va en el sentido de la lógica: en lugar de fomentar el consumo a costa de la producción, esta vez se busca operar por el lado del aumento de la oferta.
Claro que esto genera consecuencias e incertidumbres. La más seria es que la medida produciría un faltante de carne en el corto plazo.
En este sentido, acentuaría la escasez actual, atribuida por el Gobierno a la recuperación de las pasturas y la consecuente tendencia a la retención de novillos para “echarle kilos”.
En el marco inflacionario actual, el Gobierno corre el riesgo de estimular la tendencia. Y el sector agropecuario se encuentra frente al peligro de ser “escrachado” nuevamente ante la opinión pública sin comerla ni beberla. Simplemente, por seguir las reglas impuestas por las sinuosidades de la estrategia oficial. Que nadie puede decir, a esta altura de la noche K, que no existe: la obsesión de “la mesa de los argentinos” es lo que llevó a la destrucción del stock bovino y a la caída de la producción de trigo.
El resultado está a la vista: racionar la carne vía precios, y desabastecer de trigo a la región, que ahora depende de. Rusia. Uruguay no alcanza a compensar el default argentino, que afecta especialmente a Brasil. Y en el caso de la carne vacuna, frigoríficos y productores parecen resignarse a un cupo de 350.000 toneladas de exportación, frente a un mercado mundial veinte veces más grande, por un valor de 50.000 millones de dólares, que la Argentina lideraba hace treinta años.
A pesar de este cupo, el consumo de carne deberá racionarse. Será vía precio, ya que nadie imagina a los Kirchner imponiendo una veda al consumo de carne vacuna, como hizo Perón en los 50. El discurso demagógico de “yo les voy a dar la carne que les niegan los ganaderos” y la consecuente traba a las exportaciones generó el desinterés de los productores, incentivando la liquidación de vientres y animales livianos. La peculiaridad del negocio ganadero es que la fábrica (los vientres y los animales chicos) son también el producto final (carne). Cuando el negocio no va, hay mucha más carne en el mercado. Los precios caen y se crea una ficción de abundancia temporal.
Hasta que, como sucedió a comienzos del 2010, el ciclo se invierte abruptamente. La presión en la caldera de los precios es enorme, pero no hay otra solución que administrar la escasez. Los esfuerzos por encontrar sustitutos tropiezan con el mismo pecado original: la política de la carne artificialmente barata ha sido históricamente la principal traba para la expansión del consumo de otras proteínas. Ahora mismo, y a la luz de la rudimentaria estrategia de la merluza, la sociedad sabe que la mejor alternativa, en estas Pascuas, es hacer las empanadas de vigilia de carne vacuna.
Pero bueno, apareció un plancito para hacer novillo pesado, y está bien. Pero hay dudas. Los feedlots se preguntan cuándo y cómo se cobrará la compensación, pero temen que, si es al final del ciclo, no tengan cómo bancarlo.
Héctor A. Huergo.
Fuente: Clarín, Suplemento Rural, 27 de marzo.
Comments are closed.