En los últimos años, ante el avance de la soja y al ponerle un valor al capital tierra, los productores tamberos se han visto obligados a aumentar las cargas y a crecer en producción en litros por vaca para hacer rentable la actividad. Esto ha hecho que la dependencia de las reservas para producir leche sea cada vez mayor, en detrimento de la participación del pasto.
Es así que estamos viendo cómo año a año aumenta en forma espectacular la cantidad de silo de maíz que hacen los tambos como reserva y este recurso ha pasado a ser hoy el principal y a veces el único voluminoso que comen las vacas lecheras durante todo el año en muchísimos campos.
Esta situación puede traerle cierta tranquilidad al productor, al saber que cuenta con reservas para trabajar con altas cargas pero, en muchos casos, se ha caído en excesos en lo que hace a la participación del silo de maíz en las dietas, porque, como todo ingrediente a usar en la alimentación de rumiantes, el silo de maíz tiene sus pros y sus contras.
Entre los puntos a favor está la excelente cantidad y calidad de fibra que aporta, su alto valor energético y palatabilidad, así como también el hecho de producir una gran masa de forraje en un muy corto período de tiempo. Entre los puntos en contra está su muy bajo contenido proteico (sólo un 8 %) y en consecuencia su “pobre potencial” movilizador de litros o poder lactógeno.
Así, una participación creciente del silo de maíz en detrimento de otros recursos voluminosos como alfalfas y sojas de pastoreo o verdeos de invierno, tendrá un efecto depresor sobre la producción individual de las vacas, salvo que se compense este desbalance con el uso de proteínas de compra de muy alto costo comparativo, como la malta, gluten feed húmedo u otras fuentes proteicas.
Entonces, el productor ha quedado atrapado en un sistema de alimentación basado en el silo de maíz que le estará imponiendo un techo a la producción individual, a bajo costo, a sus vacas.
El poder lactógeno va a pasar por otros recursos esencialmente proteicos como las pasturas y verdeos, pero estos materiales tienen sus problemas. Uno de ellos es la alta inseguridad en lo que hace a su producción anual, asociada al factor climático, y esto en planteos con altas cargas y buscando altas producciones es altamente peligroso.
Así, por ejemplo, estos últimos 2 inviernos extremadamente secos hicieron que los verdeos no produjeran absolutamente nada, lo que complicó seriamente la producción de leche y sus costos. No hubo reserva que alcanzara y muchos tambos se vieron obligados a comprar rollos de cola de soja o de rastrojo de sorgo, como así también silo de maíz llevado a grandes distancias, con los altísimos costos de producción que esto implicó.
En contraposición, en marzo del año pasado llovieron más de 300 mm en un par de días en muchas zonas tamberas, lo que destruyó la base forrajera.
A la inseguridad, atada al clima, de contar con pasto en otoño-invierno, se le deberá sumar la muy pobre eficiencia de cosecha que hacen las vacas en situaciones de pastoreo directo, no superando en el mejor de los casos el 50-60%.
Todo esto hace del pasto un elemento de alto riesgo y alto precio por hectárea, si a ésta hectárea le ponemos un costo de oportunidad.
Hace ya un par de años y en busca de alternativas, en 2 establecimientos lecheros venimos trabajando con la premisa de no usar más verdeos y maximizar la cosecha de alfalfas de primavera-verano.
En Bell Ville, Córdoba, en el establecimiento de la familia Bernardi, que ordeña unas 450 vacas, hace ya dos inviernos que no hacemos verdeos y los reemplazamos por rollos de alfalfa molidos, hechos por administración. Durante la primavera, las vacas tampoco salen al campo y se aprovecha toda la explosión de alfalfas para cosecharla en un 100 % en la forma de rollo, sin desperdicio alguno por parte de los animales. Sin problemas de empaste, sin problemas de boyeros, ni de tamaño de parcela, ni de calidad levantada por las vacas y con parte del mismo gasto de gas oil que habría que hacer para cortarlas luego de comidas, hoy esas mismas alfalfas que antes nos producían unos 5.000 Kgs de materia seca cosechable por hectárea, nos producen más del doble y ven estirada su vida un año más. El planteo de alimentación es bien sencillo: silo de maíz, rollos de alfalfa molidos y una ración balanceadora hecha en el campo.
En el tambo “La Casualidad”, de Augusto González Alzaga, en Carabelas, Buenos Aires, implementamos un sistema parecido, de alta participación de rollos de alfalfa molidos, pero con la diferencia que durante la primavera parte de esa alfalfa se da como alfalfa verde de corte y no toda como rollos.
En este tambo, que en este último ejercicio produjo 28,5 litros promedio, es de fundamental importancia no introducir cambios bruscos en su alimentación, que podrían ocurrir ante la suspensión de la oferta de la alfalfa de corte por roturas de la picadora o lluvias extremas y falta de piso como para picar.
El secreto, en esta variante, sobre todo con muy altas producciones, pasa por no entusiasmarse con dar demasiada alfalfa picada y ajustar la oferta de rollos de alfalfa molido al nivel que asegure esta estabilidad productiva. Con producciones superiores a los 12.000 Kgs de materia seca/ha, usando alfalfas híbridas, este planteo nos ha permitido no sólo reducir los costos de nuestras reservas sino también ahorrar en proteínas de compra el equivalente a $ 553/ha, es decir, el equivalente a casi 6 qq de soja/ha y mantenernos en los casi 29 litros promedio año.
Alguien se podría preguntar por qué hacer rollos de alfalfa y no silo de alfalfa, muy especialmente cuando se le ha dicho al productor durante años que con los rollos no se logra calidad. Los motivos son varios y, si bien es conocido que el silo como sistema de conservación logra una mejor calidad que el rollo, esto quizás lo sea en la práctica en Estados Unidos u otros países, pero en general no resulta así en la Argentina, por múltiples motivos.
Un inconveniente importante que tenía el manejo de los rollos hasta no hace muchos años atrás era la forma en que estos rollos se ofertaban a las vacas. El uso de pasteras o protectores de rollos logró disminuir sensiblemente las pérdidas o desperdicios, pero siguió siendo imposible controlar cuánto rollo comía cada vaca y con qué largo de fibra se lo ofertaba. La aparición en el mercado de moledoras de rollo nos permite ahora incorporar las cantidades exactas de rollo que cada rodeo necesita.
En resumen, creo necesario replantearse en muchas zonas la participación del silo de maíz y de la alfalfa en la dieta de las vacas. El lograr altas producciones de materia seca de alfalfas ofertadas en la forma de rollos, permitirá incorporar a muy bajo costo un recurso con un insuperable perfil lechero, lactógeno, que mejorará la salud ruminal-animal y permitirá bajar notablemente los costos de compra de fuentes proteicas, al estar ofertando a nuestras vacas un recurso con 16 a 28 % de proteínas.
El conocer cómo estibar los rollos, separados y despegados del suelo, y contar con la herramienta ideal para procesarlos y darlos (moledoras de rollos), nos permite hoy contar con el conocimiento y las herramientas adecuadas que, con seguridad, ayudarán a mejorar la rentabilidad del tambo.
Es así que estamos viendo cómo año a año aumenta en forma espectacular la cantidad de silo de maíz que hacen los tambos como reserva y este recurso ha pasado a ser hoy el principal y a veces el único voluminoso que comen las vacas lecheras durante todo el año en muchísimos campos.
Esta situación puede traerle cierta tranquilidad al productor, al saber que cuenta con reservas para trabajar con altas cargas pero, en muchos casos, se ha caído en excesos en lo que hace a la participación del silo de maíz en las dietas, porque, como todo ingrediente a usar en la alimentación de rumiantes, el silo de maíz tiene sus pros y sus contras.
Entre los puntos a favor está la excelente cantidad y calidad de fibra que aporta, su alto valor energético y palatabilidad, así como también el hecho de producir una gran masa de forraje en un muy corto período de tiempo. Entre los puntos en contra está su muy bajo contenido proteico (sólo un 8 %) y en consecuencia su “pobre potencial” movilizador de litros o poder lactógeno.
Así, una participación creciente del silo de maíz en detrimento de otros recursos voluminosos como alfalfas y sojas de pastoreo o verdeos de invierno, tendrá un efecto depresor sobre la producción individual de las vacas, salvo que se compense este desbalance con el uso de proteínas de compra de muy alto costo comparativo, como la malta, gluten feed húmedo u otras fuentes proteicas.
Entonces, el productor ha quedado atrapado en un sistema de alimentación basado en el silo de maíz que le estará imponiendo un techo a la producción individual, a bajo costo, a sus vacas.
El poder lactógeno va a pasar por otros recursos esencialmente proteicos como las pasturas y verdeos, pero estos materiales tienen sus problemas. Uno de ellos es la alta inseguridad en lo que hace a su producción anual, asociada al factor climático, y esto en planteos con altas cargas y buscando altas producciones es altamente peligroso.
Así, por ejemplo, estos últimos 2 inviernos extremadamente secos hicieron que los verdeos no produjeran absolutamente nada, lo que complicó seriamente la producción de leche y sus costos. No hubo reserva que alcanzara y muchos tambos se vieron obligados a comprar rollos de cola de soja o de rastrojo de sorgo, como así también silo de maíz llevado a grandes distancias, con los altísimos costos de producción que esto implicó.
En contraposición, en marzo del año pasado llovieron más de 300 mm en un par de días en muchas zonas tamberas, lo que destruyó la base forrajera.
A la inseguridad, atada al clima, de contar con pasto en otoño-invierno, se le deberá sumar la muy pobre eficiencia de cosecha que hacen las vacas en situaciones de pastoreo directo, no superando en el mejor de los casos el 50-60%.
Todo esto hace del pasto un elemento de alto riesgo y alto precio por hectárea, si a ésta hectárea le ponemos un costo de oportunidad.
Hace ya un par de años y en busca de alternativas, en 2 establecimientos lecheros venimos trabajando con la premisa de no usar más verdeos y maximizar la cosecha de alfalfas de primavera-verano.
En Bell Ville, Córdoba, en el establecimiento de la familia Bernardi, que ordeña unas 450 vacas, hace ya dos inviernos que no hacemos verdeos y los reemplazamos por rollos de alfalfa molidos, hechos por administración. Durante la primavera, las vacas tampoco salen al campo y se aprovecha toda la explosión de alfalfas para cosecharla en un 100 % en la forma de rollo, sin desperdicio alguno por parte de los animales. Sin problemas de empaste, sin problemas de boyeros, ni de tamaño de parcela, ni de calidad levantada por las vacas y con parte del mismo gasto de gas oil que habría que hacer para cortarlas luego de comidas, hoy esas mismas alfalfas que antes nos producían unos 5.000 Kgs de materia seca cosechable por hectárea, nos producen más del doble y ven estirada su vida un año más. El planteo de alimentación es bien sencillo: silo de maíz, rollos de alfalfa molidos y una ración balanceadora hecha en el campo.
En el tambo “La Casualidad”, de Augusto González Alzaga, en Carabelas, Buenos Aires, implementamos un sistema parecido, de alta participación de rollos de alfalfa molidos, pero con la diferencia que durante la primavera parte de esa alfalfa se da como alfalfa verde de corte y no toda como rollos.
En este tambo, que en este último ejercicio produjo 28,5 litros promedio, es de fundamental importancia no introducir cambios bruscos en su alimentación, que podrían ocurrir ante la suspensión de la oferta de la alfalfa de corte por roturas de la picadora o lluvias extremas y falta de piso como para picar.
El secreto, en esta variante, sobre todo con muy altas producciones, pasa por no entusiasmarse con dar demasiada alfalfa picada y ajustar la oferta de rollos de alfalfa molido al nivel que asegure esta estabilidad productiva. Con producciones superiores a los 12.000 Kgs de materia seca/ha, usando alfalfas híbridas, este planteo nos ha permitido no sólo reducir los costos de nuestras reservas sino también ahorrar en proteínas de compra el equivalente a $ 553/ha, es decir, el equivalente a casi 6 qq de soja/ha y mantenernos en los casi 29 litros promedio año.
Alguien se podría preguntar por qué hacer rollos de alfalfa y no silo de alfalfa, muy especialmente cuando se le ha dicho al productor durante años que con los rollos no se logra calidad. Los motivos son varios y, si bien es conocido que el silo como sistema de conservación logra una mejor calidad que el rollo, esto quizás lo sea en la práctica en Estados Unidos u otros países, pero en general no resulta así en la Argentina, por múltiples motivos.
Un inconveniente importante que tenía el manejo de los rollos hasta no hace muchos años atrás era la forma en que estos rollos se ofertaban a las vacas. El uso de pasteras o protectores de rollos logró disminuir sensiblemente las pérdidas o desperdicios, pero siguió siendo imposible controlar cuánto rollo comía cada vaca y con qué largo de fibra se lo ofertaba. La aparición en el mercado de moledoras de rollo nos permite ahora incorporar las cantidades exactas de rollo que cada rodeo necesita.
En resumen, creo necesario replantearse en muchas zonas la participación del silo de maíz y de la alfalfa en la dieta de las vacas. El lograr altas producciones de materia seca de alfalfas ofertadas en la forma de rollos, permitirá incorporar a muy bajo costo un recurso con un insuperable perfil lechero, lactógeno, que mejorará la salud ruminal-animal y permitirá bajar notablemente los costos de compra de fuentes proteicas, al estar ofertando a nuestras vacas un recurso con 16 a 28 % de proteínas.
El conocer cómo estibar los rollos, separados y despegados del suelo, y contar con la herramienta ideal para procesarlos y darlos (moledoras de rollos), nos permite hoy contar con el conocimiento y las herramientas adecuadas que, con seguridad, ayudarán a mejorar la rentabilidad del tambo.
Fuente: Clarín Rural, 10 de octubre.
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