Esto se debe a que el INTA está desarrollando un sistema de trazabilidad bovina, basado en el monitoreo satelital permanente de los animales mediante un collar GPS. Esta herramienta de “ganadería de precisión” permitirá agregar valor a la producción y mejorar aspectos nutricionales y sanitarios.
“El objetivo primario fue desarrollar un sistema de trazabilidad más robusto, apostando a una tecnología prácticamente infalible, aplicable en la producción de ganado bovino. Está basado en un collar con un GPS que permite monitorear el movimiento de los animales las 24 horas”, explicó el ingeniero agrónomo Martín Irurueta, doctor en Ciencias, referente del INTA en el proyecto de Seguimiento y Localización de la Producción Agrícola (OTAG, por sus siglas en inglés).
“Por ahora -explicó Irurueta a Clarín Rural- el costo del GPS, de unos 500 euros por collar, no está al alcance del productor”. La labor del INTA es realizar experimentos, obtener resultados, y luego transferir los conocimientos al sector privado, “gracias al brazo de extensión” que posee el organismo. La innovación, financiada por la Unión Europea, también permite correlacionar el movimiento de los vacunos con el uso de los recursos naturales, el agua, los recursos forrajeros y facilitará el seguimiento preciso de cómo se utilizan estos recursos.
En Brasil, la experiencia se realizó durante tres meses. En la Argentina, durante un encuentro realizado en la EEA Balcarce, se puso en marcha el monitoreo por GPS durante tres días. Irurueta señaló que ahora se definirá si el experimento continúa allí, o se traslada a Villa Mercedes, San Luis, o Colonia Benítez, de Chaco. O se hace en los tres sitios.
Todo depende del Instituto de Ingeniería Rural del INTA, cuyos técnicos trabajan en “un sistema de las mismas prestaciones, pero más sencillo” y barato, señaló Irurueta. Cada collar cuesta 500 euros y los técnicos pretenden lograr uno que saldría 120 dólares.
“La idea es que se transforme en algo más manuable y utilizable por el animal, del tamaño de una caravana o de aplicación subcutánea”, señaló Irurueta, que además pertenece al Instituto de Tecnología de Alimentos del INTA. El actual mide unos 20 cm de lado por 10 de alto, y 1 kilo de peso.
Para elegir los lugares del experimento, se consideró la nueva realidad de la ganadería, en ambientes periféricos, desplazada por la agricultura. Los tres lugares son ideales, tanto en Balcarce cuanto en Chaco y San Luis. “Colonia Benítez (Chaco) es una zona más de frontera, ideal para testear esto -explicó Irurueta-. Buscando la trazabilidad, en un principio se veía como una solución para zonas de fronteras calientes, en términos sanitarios, donde Argentina limita con Paraguay o Brasil. Allí el flujo de animales se produce en zonas de brotes de aftosa, por ejemplo, y puede servir para monitorear, dado un caso de aftosa, con qué animales estuvo en contacto y así reducir el número de animales a sacrificar o decomisar”.
En el encuentro de Balcarce, especialistas del CEMAGREF y CIRAD (Francia), la EMBRAPA (Brasil), la Universidad de Laval (Canadá), y del INTA y el PROCISUR (Cono Sur) evaluaron la primera etapa del Proyecto OTAG y avanzaron en los lineamientos de la segunda fase. Es que “a la comunidad científica tecnológica de Europa le interesa cooperar con los países a los que ellos les compran”, explicó Emilio Ruz, de PROCISUR. La pelota está ahora en campo argentino, cuyos técnicos han decidido avanzar.
Fuente: Clarín Rural, 17 de octubre.
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